Gracias por tu visita

Desde el rincón para reflexionar te pedimos tu apoyo, sólo te pedimos que nos ayudes con los anuncios para poder seguir adelante con nuestro trabajo y seguir creciendo.
Un solo clic en un anuncio nos ayuda mucho para seguir adelante.
Y si te gusta el contenido danos un Like

"Un pequeño esfuerzo equivale a un gran resultado"
Gracias por tu ayuda
siguenos en facebook

ME GUSTA

lunes, 30 de noviembre de 2015

Mereces un amor

















Mereces un amor que te quiera despeinada,
con todo y las razones que te lavantan deprisa,
con todo y los demonios que no te dejan dormir.
Mereces un amor que te haga sentir segura,
que pueda comerse el mundo si camina de tu mano,
que sienta que tus brazos van perfectos con su piel.
Mereces un amor que quiera bailar contigo,
que visite el paraíso cada vez que mira tus ojos,
y que no se aburra nunca de leer tus expresiones.
Mereces un amor que te escuche cuando cantas,
que te traiga la ilusión,
el aroma del café por la mañana recién echo
y la poesía.
Mereces un amor así.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Hoy he soñado contigo.









Hoy he soñado contigo.
Depues de mucho tiempo sin vernos, por fin accedes a venir a mi casa desde que te fuiste de mi lado.
Ya lo tengo todo preparado, la comida era para dos amigos que se reencuentran despues de mucho tiempo, no quise hacer una comida romántica para que no te sintieras incómoda.
Como aperitivo comencemos con una copa de vino para charlar de nuestras vidas y romper un poco el hielo, todo era perfecto, nos reíamos de nuestras tonterías, también nos venían recuerdos del pasado, pero tanto tu como yo nos invadió la melancolía.



Después de un par de copas de vino comenzamos a comer, seguimos bebiendo y riendo, todo marcha fabulosamente bien, después del postre nos tomamos el café sentados en el sofá, sigue la tertulia entre los dos, pero en esta ocasión algo más calmados, terminamos el café y te sirvo una copa de licor, en ése  momento te pido que me dejes abrazarte, a lo que no dudas ni un segundo en poner tu espalda contra mi pecho para que pueda rodearte con mis brazos, los dos bajamos el tono de nuestras voces y hay más silencios entre frase y frase, de tanto en tanto puedo escuchar un suspiro por tu parte.


Mis manos, que las tenía a la altura de tu cintura las voy subiendo muy tímidamente hacia tu pecho, tu me dices que eso está mal, pero no haces nada por quitarlas,  a lo que tus suspiros son más
profundos y de placer, aunque sabes que eso no está bien, no quieres que pare.
Mientras que te voy apretando un pecho con una mano voy bajando la otra para meterla bajo tus bragas, tu me dices que no lo haga pero al mismo, tiempo te estremeces, te introduzco mis dedos y te
noto que estás húmeda,  te acaricio muy suave, ahora te ves que ya no puedes hacer nada porque tu deseo es superior a cualquier cosa.


Te quitas los pantalones muy enérgicamente para que pueda meterte los dedos bien adentro mientras que te voy apretando el pezón con suavidad, busco tu boca con la mía, te estas retrocediendo de placer tu único pensamiento está en lo que te estoy haciendo y en lo próximo que está por venir.
No pudiendo aguantar más te quitas la poca ropa que te queda para entregarte por completo a mi y para dejar que te haga todas las cosas que se me pasen por la cabeza.


Completamente desnuda, te tumbo en el sofá con los pies  encima del apoya- brazos para poder pasarte la lengua y darte el mayor de los placeres con mi boca, estás apretando con fuerza mi cabeza contra ti para sentir mas placer, te retuerces  en el sofá porque te viene tu primer orgasmo, mientras estás llegando al final... tu cuerpo se estremece y te entran temblores por el placer que te he dado con mi lengua.


Han pasado unos minutos y aún estas con los pies encima del apoya-brazos del sofa, intentando asimilar el orgasmo que hace poco has tenido, y sin darte cuenta te pongo a cuatro patas introduciéndote por detrás, aún noto que estas mojada lo que me resulta fácil introducirla, te introduzco sólo la mitad y voy moviendome poco a poco.
Comienzas a sentir placer de nuevo, tu empujas hacia mi para sentirla toda, veo como estas poniendo tu boca en uno de los cojines del sofá para silenciar tus gemidos, mi ritmo es ya mucho más fuerte y acelerado hasta que te provoco otro orgasmo, cayendo agotada encima del sofá sin poder aguantar más.



Tus dos orgasmos han dejado huella en mi sofá dejándolo todo mojado, estás empapada en sudor, tus mejillas se han sonrojado y tu respiración es larga y pausada.
Estas tumbada boca abajo en el sofa, te doy la vuelta muy despacio para poder acariciar tu piel.
Me tumbo encima tuyo para notar tu cuerpo entero que aún está sudado... y vuelvo a
introducirte....ahora es mi turno ahora quiero disfrutar yo y seguir haciéndote todo tipo de cosas,a la que tu te vuelves a correr.


Hoy he soñado contigo, me levanto de la cama me preparo el café y salgo a tomarlo al jardín como todas las mañanas,  sentado en la silla recordando mi maravilloso sueño...  te veo aparecer por mi jardín y esta vez no es un sueño

SI TE GUSTÓ COMPARTE


jueves, 26 de noviembre de 2015

No tenéis ni idea










No tenéis ni idea… porque descansáis muy bien bajo cálidas sábanas y un hogar climatizado, sabiendo que vuestro trabajo os espera al día siguiente.
No tenéis ni idea de dormir con incertidumbre. La duda de si mañana suena el teléfono, o llega un email con esa oferta, o un conocido te avisa de un empleo.
No tenéis ni idea de pasar el día con el estómago vacío, ponerte cinco pares de guantes o cruzar los pies uno sobre otro muy rápido para evitar el frío.
Vosotros, que disfrutáis de amplios menús a la carta, no tenéis ni idea de abrir una despensa y que esté casi vacía. Que tengáis que repetir comida o, peor aún, ir a pedirla.  Ni idea de cómo hablar con el banco para que te elimine sus cláusulas abusivas. De preocuparse porque te corten la luz o el agua. De pensar qué te llevarías de casa si al final te desahucian. O de inventar falsas aventuras ante tus hijos para aparentar otra realidad, o excusas flojas a tus padres para que no sospechen tu ruina.
No tenéis ni idea de luchar con la angustia de si atenderán a tu madre o hijo en el hospital sin que el recorte de turno les afecte. De afrontar enfermedades con fármacos excluidos que sólo vosotros podéis pagar. No tenéis ni idea de no poder caer enfermo porque no puedes permitírtelo. Ni de retrasar controles de salud ante una racha de trabajo (aunque no dé ni para el autónomo) porque sabes que no es tiempo ni de cuidarse. O de sentir en la nuca la mirada reprobatoria de un jefe, en cuyos ojos adivinas que ante tu mínimo descuido tiene a millones detrás para tu puesto.



No tenéis ni idea de ver la indiferencia en el rostro del otro, ni de sentirse un número en la cola del paro. De pellizcarte ante el espejo para asumir que es cierto lo que estás viviendo. De pensar en el incierto futuro o en la vejez, sabiendo que no has cotizado lo suficiente. O de cavilar si, de seguir así, te llegará el dinero para pagar tus muertos, de si tendrás tumba o unas flores que te honren.
No tenéis ni idea de cuando el cuerpo se queda engarrotado porque pasas horas y horas de trabajo sin descanso, sin complementarlas con vuestras sesiones de spa y masajes inalcanzables para el resto. Ni idea de dejar de estudiar, ni de anular becas, ni estancias en centros de renombre. De cruzar los dedos por si la suerte y la supuesta igualdad de oportunidades hacen un milagro en tus esperanzas.
No tenéis ni idea de anular sueños y viajes. De ver en los escaparates lienzos y botes de pinturas que te encantaría utilizar salvo que te lo niegas, porque en ese gasto ves el pan de una semana. Ni de cuando destierras esa cultura que alimenta. Esa película. Ese libro. Esa obra de teatro.
Tampoco tenéis idea del valor de nuestro cielo, mar y montaña; nuestro único refugio para el desconsuelo. Quizás por eso sólo veis en ellos un espacio de especulación y dinero.
No tenéis ni idea de aceptar cuando te hacen trabajar gratis. De que te pisoteen, de vivir con la soga al cuello y al borde del precipicio. De hacer sumas y restas para cuadrar las cuentas. De bajar la cabeza cuando tus amigos te invitan porque tú no puedes. De saber cómo el amor salta por la ventana cuando llega la pobreza. Ni de la impotencia de no dar a tu madre lo que necesite cuando lucha y proporcionarle dignidad en la enfermedad. De estar en paro y que la muerte pise los talones. De enterrar a tus muertos mientras tu vida carece de motivaciones e ilusiones, sin poder ya desahogarte con ellos de tus angustias y preocupaciones.



No tenéis ni idea de lo que es dormir con la sensación de no estar a la altura de lo que esperaban de ti. De pensar si los tuyos han dejado de sentirse orgullosos, porque ya no eres lo de antes. Ni idea de que el corazón te trote cuando ves que te pagan por tu trabajo. Ni de la rabia que sientes justo después, cuando te ves llorando porque te pagan, porque la norma y el derecho lo convertís en excepcional.
Si ni siquiera tenéis idea de esto es imposible que sintáis dolor o remordimientos por quienes mueren en el mar, escapan de las bombas o trabajan explotados sin dignidad. De los que viajan en pateras frente a vuestros coches y aviones privados y de quienes duermen al frío, rodeados de basura y maleza, a pies de fronteras cerradas. De quienes pagan el precio a morir por sobrevivir.
Cuando digo que no tenéis ni idea, es que no tenéis ni idea de SENTIR, porque no lo padecéis. No tenéis idea de qué es sentir la humillación, el desaire, la ofensa o la vergüenza, el desprecio y el bochorno, la altivez y la arrogancia, la altanería y la soberbia. No lo sabéis. De la misma manera que yo desconozco cómo vivir con vuestro grado de codicia, ambición, rapacidad y usura.
Lo dedico a los gobernantes de falsas promesas, a los ricos con su avaricia sin final y a quienes los aplauden. A esos que creen que su maldad y pecados se solucionan en misa de domingo y en obras de caridad. Aquellos que sí sabéis planificar vuestro plan a la perfección para que nada falle. Aunque eso implique que la mitad de la gente pierda su conciencia y otros os la vendan sin carga ni remordimientos. De lo único que tenéis idea es de destruir la vida de la gente para mejorar la vuestra. Está demostrado, con vuestros hechos, que de eso sí sabéis más que nadie.
SI TE GUSTÓ COMPARTE

Querida Mia










Querida Mia

Decir que te amo se me queda pequeño, alguien debería inventar nuevas palabras para definir mis sentimientos de entrega, de devoción, de admiración, de necesitarte cada segundo.

Eso siento y más... Te digo que te amo, pero ya lo sabes, quizás de tanto repetirlo se desvirtúan las palabras, pero no, cada vez que te lo digo es porque mi amor por ti ha aumentado.

Quiero que lo sepas, no te amo en pasado, no te amo en presente ni te amo en futuro, es un amor sin tiempo, tampoco tiene distancias, es simplemente amor puro, cargado de ilusiones, lleno de promesas que no deben cumplirse porque ya se cumplieron todas al conocerte.


Te amo, como dos palabras que forman una sonrisa en tus labios, como dos cielos llenos de colores reflejados en tus ojos, como dos palabras infinitas que no deben dejar de sentirse.

Amarte en realidad es un premio, desconozco si te merezco, al menos lucho por merecerte, pero es un premio, es un regalo que cualquier persona debería recibir, pero que sólo tengo yo.

Por dejarme amarte te doy las gracias y te ofrezco mil años de amor que condenso en este beso que te entrego desde el fondo de mí mismo.

Te amo.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

El día que me volví invisible


















No sé ni en qué día estamos.
En esta casa no hay calendarios, y en mi memoria los días están hechos una maraña. Me acuerdo de esos calendarios grandes, unos primores, ilustrados con imágenes de los santos que colgábamos al lado del tocador...
Ya no hay nada de eso, todas las cosas antiguas han ido desapareciendo.
Y yo, yo también me fui borrando sin que nadie se diera cuenta.
Primero me cambiaron de cuarto, pues la familia creció. Después me pasaron a otra más pequeña aún, acompañada de una de mis biznietas. Ahora ocupo el cuarto de los trebejos, el que está en el patio de atrás.
Prometieron cambiarle el vidrio roto de la ventana, pero se les olvidó, y todas las noches por allí se cuela un airecito helado que aumenta mis dolores reumáticos.
Desde hace mucho tiempo tenía intenciones de escribir, pero me he pasado semanas buscando una pluma, y cuando al fin la encontraba, yo misma volvía a olvidar en dónde la había puesto.
A mis años, las cosas se pierden fácilmente, claro que es una enfermedad de ellas, de las cosas, porque yo estoy segura de tenerlas, pero siempre se desaparecen.



La otra tarde caí en la cuenta de que también mi voz ha desaparecido. Cuando les hablo a mis nietos o a mis hijos, no me contestan. Todos conversan sin mirarme, como si yo no estuviera con ellos, escuchando atenta lo que dicen.
A veces intervengo en la conversación, segura de que lo que voy a decirles no se le ha ocurrido a ninguno y que les van a servir de mucho mis consejos, pero no me oyen, no me miran, no me responden. Entonces, llena de tristeza, me retiro a mi cuarto antes de terminar de tomar la taza de café. Lo hago así de repente, para que comprendan que estoy enojada, para que se den cuenta de que me han ofendido y vengan a buscarme y me pidan disculpas.
Pero nadie viene.
El otro día les dije que cuando muriera entonces sí que me iban a extrañar. El niño más pequeño dijo: “¿Ah... es que tú estás viva, abuela?”. Les cayó tan en gracia que no paraban de reír. Tres días estuve llorando en mi cuarto, hasta que una mañana entró unos de los muchachos a sacar unas llantas viejas y ni los buenos días me dio.
Fue entonces cuando me convencí de que soy invisible.
Me paro en medio de la sala para ver si aunque sea estorbo, pero mi hija sigue barriendo sin tocarme. Los niños corren a mi alrededor, de un lado al otro, sin tropezar conmigo.
Cuando mi yerno se enfermó, tuve la oportunidad de serle útil: le llevé un té especial que yo misma preparé. Se lo puse en la mesita y me senté a esperar que se lo tomara. Sólo que estaba viendo la televisión y ni un parpadeo me indicó que se daba cuenta de mi presencia. El té, poco a poco se fue enfriando. Mi corazón también.
Un viernes se alborotaron los niños y me vinieron a decir que al día siguiente nos iríamos todos de día de campo. Me puse muy contenta ¡Hacía tantos años que no salía, y menos al campo! Entonces el sábado fui la primera en levantarme. Quise arreglar mis cosas así que me tomé mi tiempo para no retrasarlos.
Al rato entraban y salían de la casa corriendo y echaban bolsas y juguetes al coche. Yo ya estaba lista y, muy alegre, me paré en el zaguán a esperarlos. Cuando arrancaron y el auto desapareció envuelto en el bullicio, comprendí que yo no estaba invitada, tal vez porque no cabía en el coche o porque mis pasos tan lentos impedirían que todos los demás corretearan a gusto por el bosque.
Sentí clarito cómo mi corazón se encogió. La barbilla me temblaba como cuando uno ya no aguanta las ganas de llorar.
Vivo con mi familia y cada día me hago más vieja, pero cosa curiosa, ya no cumplo años.
Nadie me lo recuerda. Todos están tan ocupados. Yo los entiendo, ellos sí hacen cosas importantes. Ríen, gritan, sueñan, lloran, se abrazan, se besan. Yo ya no sé a qué saben los besos. Antes besuqueaba a los chiquitos, era un gusto enorme el que daba tenerlos en mis brazos como si fuesen míos. Sentía su piel tiernita y su respiración dulzona muy cerca de mí. La vida nueva se me metía como un soplo y hasta me daba por cantar canciones de cuna que nunca creía recordar...



Pero un día mi nieta, que acababa de tener a su bebé, dijo que no era bueno que los ancianos besaran a los niños, por cuestiones de salud.
Ya no me les acerqué más, no fuera ser que les pasara algo malo a causa de mis imprudencias. ¡Tengo tanto miedo de contrariarlos!
Ojalá que el día de mañana, cuando ellos lleguen a viejos... Sigan teniendo esa unión entre ellos para que no sientan el frío ni los desaires.
Que tengan la suficiente inteligencia para aceptar que sus vidas ya no cuentan, como me lo piden.
Y Dios quiera que no se conviertan en "viejos sentimentales que todavía quieren llamar la atención".
Y que sus hijos no los hagan sentir como bultos para que el día de mañana no tengan que morirse estando muertos desde antes... como yo.


lunes, 23 de noviembre de 2015

Desde el dolor















Desde el dolor

¿recuerdas lo que fuimos juntos? ¿recuerdas lo mucho que nos necesitábamos y lo felices que éramos? ¿recuerdas la primera vez que me dijiste que me querías? Creo que nunca en la vida me había sentido tan nervioso aún sabiendo de sobras que solo podía decir una cosa ante eso; yo también. Recuerdo lo nervioso que me puse al oírtelo decir por primera vez, porque muy en el fondo lo sabía pero a veces las personas necesitamos oírlo, necesitamos que nos lo demuestren por miedo a que llegue el día en el que ya no lo sientas.

Era mi jodida canción favorita el oírte decir que me querías, si pudiera a estas alturas me la seguiría poniendo en modo repetición para no olvidarla pero la putada es que ya no estás aquí para cantármela otra vez.
Han pasado los meses y... joder, hay heridas que todavía duelen. Y duelen porque no tengo el valor de dejar de escribirte; siempre me repito "deja esta mierda ya" o "no escribas nunca más porque sabes lo que luego vendrá" pero es mi forma de dejar escrito en algún momento de mi vida lo mucho que me llegaste a hacerme sentir.
Y mira que ya te he escrito, pero cada día tengo muchas más cosas que decirte; como por ejemplo; qué coño has hecho para irte y dejarme aquí con los recuerdos? cómo por qué te fuiste así sin más solo por miedo cuando ahora nada te acojona, por qué ni siquiera pudiste intentarlo cuando ahora luchas por todo aquello que se te pone delante, por qué cojones pudiste irte como si realmente no te doliera ni una mínima parte de lo que a mi me sigue doliendo. ¿Por qué?




Supongo que hay preguntas sin respuesta aunque muy en el fondo me gustaría tenerlas.

¿Recuerdas la de veces que siempre volvíamos a hablar? Porque siempre encontrabas la forma de irte y buscabamos alguna excusa barata para poder volver y que yo te dejara, pero lo que no sabes es que no necesitabas ninguna; me mirabas y todo cobraba sentido, ¿cómo iba a dejarte fuera de mi vida si siempre volvías? Así de enamorado estoy, ¿es que no lo veías?
Y lo que me fastidia aún más es el ver y el saber que has seguido adelante sin mi cuando hace meses me decías que querías un para siempre. Y yo me lo creía, ¿cómo no iba a hacerlo? Lo decías tú.

Recuerdo, también, que una vez alguien me dijo que si me enamoraba de alguien al que escribía, nunca moriría; lo que no me dijo es qué era lo que pasaba cuando esa persona que te escribe, empezaba a escribir a otra. Eso te destroza por dentro, acaba contigo y arrasa todo a su paso sin importar cómo acabes. Pero supongo que en parte tenía razón; porque yo escribo o mejor dicho, le escribo y sé que una parte de mi siempre lo hará y eso hará que nunca muera porque no estoy preparado para dejarle morir y eso, eso sí que es una putada.
El sentir que no puedes dejar ir algo que te hace daño porque tú, así de tonto, albergas esa esperanza de que las cosas vuelvan a ser lo que eran. Pero ni fuimos, ni seremos y no sé lo que me duele más; si ser de aquellos que esperan algo que no llega o de los que finge seguir cuando ni siquiera tienen ganas, que fingen que todo está bien y que tarde o temprano llegará alguien que te quiera.




Y una mierda.

Porque en esos momentos lo único que quieres es que vuelva quién no vuelve pero mientras te engañas diciendo que todo pasará, que las cosas mejorarán y que tú serás el mismo que eras antes de conocerle pero han pasado tantos meses que ya ni recuerdas como eras. Que ya no sabes ni cómo era tu vida antes de esa persona y una parte de ti no quiere ni volver a ella porque sabe que cuando realmente eras tú era con ella. Y ya no está, ni fuisteis, ni sois, ni eres, ni volverás a ser.
Y eso, eso sí que es una verdadera putada.

SI TE GUSTÓ DALE A COMPARTIR




El amor no entiende de distancia.








El amor no entiende de distancia.

'otro día más en el que te despiertas, te das la vuelta en la cama y ves que él no está..  porque ha salido de tu vida.

coges el móvil esperando tener ese mensaje suyo en el teléfono, el típico...
'buenos días mi niña, que te vaya bien el día, hablamos cuando puedas, muuuuuak.' al acabar de leerlo sigues tumbada en la cama con una sonrisa que no te la quita nadie y a partir de ahí sabes que a gracias a ese mensaje, ese día será un buen día porque le sigues teniendo contigo.
Y así te levantas cada mañana, con ganas de comerte el mundo y lo que te venga encima, pero eso quizás dura solo unas horas porque después te paras a pensar lo mucho que necesitas tenerlo cerca pero no puedes...
Y lo jodido que es llegar a casa con ganas de verle y contarle como te ha ido el día para después pasarte horas abrazada a él ves que no puedes.

Y las noches que te pasas llorando porque no lo tienes aquí. Pero todo esto él no lo sabe, quieres que crea que eres fuerte, que puedes con esto y que no te rindes porque le quieres, y lo intentas, de verdad que lo intentas pero es muy difícil no acordarte ni como huele, ni como besa, ni como te abraza pero sobretodo es difícil no saber si al tenerle justo delante seguirás sintiendo lo mismo que lo que sentías a través de esa pantallita del teléfono






Nunca creías poder enamorarte de alguien así de esa manera, ¿no? ahora lo ves como un imposible, y mírate como estás, echándole de menos por todos los rincones aún teniéndolo en tu vida, no lo tienes.
Y lo único que te queda es pasarte todos los días deseando poder verle, porque sabes que un día más con él, es un día menos para verle, aun sin saber cuando, aun sin saber si le verás, si le tendrás, si le seguirás queriendo.

Los dos os prometéis ser fuertes, por encima de todo intentáis mantener esa promesa, y en ese tiempo os vais sacando sonrisas, lloráis, os seguís queriendo, peleáis, os sacáis de quicio, pero siempre juntos.
Aun sin poder abrazaros, besaros..queréis creer que ya tendréis tiempo para ello, que ya llegará el día en que no daréis ni un respiro de los besos que os dais, que os besaréis tanto para hacerle la competencia a todos esos segundos que habéis estado el uno sin el otro.

El amor no entiende de distancia y por eso sigues queriéndole, aguantando cada mañana el despertarte y no tenerle porque crees que aunque este sea un tipo de amor que en ocasiones duela, crees que merece la pena, que él la merece. Por mucho que le digas a tu corazón que no le quiera porque no se puede, éste muchas veces no te hace caso y aun así te acabas enamorando de quién menos debes, no porque sea un cabrón sino porque sabes que es un amor con dolor, y aun sabiendo que no estás preparada para ello, te arriesgas y te enamoras, porque en ese momento te importa una mierda todo, porque al menos lo tienes en tu vida y harás lo que sea para que siga en ella el resto de la tuya.' Aunque sabes que en el fondo no podrás estar con el porque hay algo que te lo impide.
Pregúntate...¿que tienes?



Tenemos que hablar













Dijiste — “tenemos que hablar”,
Te vi llegar a mi casa con el rostro apagado,
sólo mis ojos podían ver y leer lo que tratabas de decir.


Mientras, mis manos cogían las tuyas
tratando de llevar tu conversación. 
Mas no sabía que con cada palabra que decías, 
mis sueños se iban desvaneciendo 
como la bruma al amanecer.



Me dijiste que te ibas, 
las lágrimas caían por mi cara,
mis manos, se soltaron de las tuyas
sólo veía el adiós que venía.








Me dijiste "yo te amo, mas no puedo seguir así"
-yo callaba, mi corazón se desgarraba 
en cada palabra que escuchaba salir de tu boca. 


Ahora esta distancia destruyó mis ilusiones:
Con tu amor, cariño, y promesas de amor que no se cumplirán jamás, 
y que me llegaste a hacer creer que todo lo intangible podía ser posible.





Ya ves, estamos aquí, frente a frente, 
sin poder mirarnos, 
sólo el sentimiento que nos une 
crea un vínculo que sólo tú y yo 
podemos llegar a palpar...


Ahora con mis manos empapadas por mis lágrimas, sólo podía mirar 
cómo te alejabas para siempre de mi lado.
Incapaz de retenerte, 
intentando de decirte que no te marches...
comprendiendo que todo era un sueño con un triste final.


Tú seguramente no mirarás atrás
puede que no parpadees al recordar esa efímera 
vida que un día soñamos alcanzar.
Así, en cada espacio que has ido creando con tu adiós inesperado
has matado poco a poco mi alma.




sábado, 21 de noviembre de 2015

Relación de pareja











¿A que le dais mas importancia en una relación de pareja?

En ocasiones encontramos a alguien que nos sorprende con restaurantes todos los fines de semana,
que nos sorprende con un gran ramo de flores, cine, teatros, conciertos, noches de hotel. Menuda pasada
¿quien no ha soñado con algo así?
Yo mismo he soñado con todo eso, pero una vez que lo tienes todo tan a mano,... ¿le das la misma importancia a las cosas?

Pero esa persona que nos sorprende de esa manera, ¿ nos conoce realmente? ¿sabe los pequeños detalles que nos hace felices realmente?
Esas pequeñas cosas de nuestra vida cotidiana que son las que realmente nos llena, y que por creer que lo puede tener casi todo a su alcance ya puede hacer feliz a la persona que tiene a su lado, pasando por alto detalles pequeños... detalles como por ejemplo...
En que lado del cuerpo te cuelgas el bolso,  llevarte el desayuno a la cama, preparar con tus propias manos una cena o comida romántica y nada de comprar comida preparada no eso no.... un día cualquiera sin venir a cuento regalar UNA rosa, saber que piensas sin decir ni una sola palabra o lo que puede estar pensando, jugar como dos niños solo para sacarle una sonrisa, tener la suerte de oír...me han dicho que parezco mas joven desde que estoy contigo, tener la fortuna de poder encontrarle tu y solo tu las cosquillas...., y si también alguna vez hay cine o restaurantes, paseos por la playa....etc

Pero en mi opinión creo que se puede complacer conociendo las pequeñas cosas de la otra persona, y hacerla feliz por ahí, no digo que lo anterior que he mencionado esté mal, pero si tomamos la iniciativa en todo, ¿en que lugar queda la otra persona?
si decido sorprenderla en restaurantes todas o casi todas las semanas, ¿no puede cansar eso también? ¿y si a la otra persona le apetece quedarse en casa comiendo cualquier cosa y pasar una tarde en el sofá viendo películas por la tele? o que le apetezca cualquier otra cosa lo que sea, y no lo dice por que no se moleste la persona que tiene a su lado o por que no le siente bien el echo de quedarse en casa cuando ya ha reservado mesa en un restaurante...

¿si voy tomando yo la iniciativa de todo, no terminara por cansarse la persona a la que quiero sorprender?...

Creo firmemente que para saber el valor de las cosas y para saber que persona tienes a tu lado, hay que luchar duramente todos los días, solo así sabes que valor tienen las cosas y solo así sabes que persona tienes a tu lado.

Pero como se suele decir...para gustos los colores.

¿Ahora que quieres tu?







Hay un traje que se amolda a todos los cuerpos: el abrazo













Hay un traje que se amolda a todos los cuerpos: el abrazo

A veces solo hace falta un abrazo de la persona adecuada y el estrés y los miedos desaparecen. De hecho, es habitual que sintamos esa necesidad de calidez, sinceridad y apoyo que lo abrazos nos transmiten en ciertos momentos.
Digamos que cuando abrazamos a alguien dejamos claro que estamos cerca para apoyarles y de manera incondicional. Fundirse en un profundo abrazo con cualquiera que esté cerca no cambiará, tal vez, el individualismo de este mundo. Sin embargo, sí que quedará impreso para siempre en un lugar más allá de nuestra soledad.













La distancia nos impide los abrazos, no los sentimientos

En este sentido tienen un gran inconveniente, y es que la distancia física nos  impide llevarlos a cabo. Sin embargo, los abrazos se pueden dar de otras maneras a través de la distancia, alcanzando a su vez el mismo poder sanador.
Podemos conversar y apoyar a los demás de tal manera que cuidemos de su espíritu.No obstante, hay personas que son incapaces de abrazar o de disfrutar de los abrazos.
Esto se explica a partir de las murallas que nos autoimponemos, a través de las cuales rehuimos el contacto con los demás por miedo a que nos dañen o a incomodar.Realmente la sociedad de hoy castiga las muestras de afecto en ciertas circunstancias y por ciertas personas, lo que está generando que haya una multitud de personas con corazas que piensan que es lo mejor.
Sin embargo, la realidad es que el ser humano sin afecto no consigue sobrevivir y, si lo hace, su calidad de vida se encuentra mermada. Cultivarnos de manera plena significa atender todo tipo de necesidades, no ocultarlas.












Elimina tus corazas

Para deshacernos de nuestras máscaras es importante que alcancemos ciertas habilidades:
  • El autoconocimiento. Analiza tus inquietudes y tus sentimientos hasta que te sientas cómodo o cómoda y no te relaciones en base a la desconfianza.
  • Gestiona tus sentimientos y emociones. Ni el mundo está contra ti ni tus emociones intentan hacerte daño. Expresa tus emociones en el momento adecuado y de la manera adecuada. De esta manera lograrás que no se enquisten y que no te dañen.
  • Reflexiona sobre tus corazas. Es probable que en un tiempo pasado fuesen útiles, pero puede que ya no lo sean. Por eso, aunque te protejan de peligros reales, no les permitas que te impidan ver lo bonito de la vida.

Ama cada día y trabaja tu espiritualidad

Rodear a los demás con nuestro amor no solo les aporta calidez a ellos, sino a nosotros y a todas las personas que nos acompañan. Cuando las personas que apreciamos se van, solemos pensar que debíamos haberles dado más abrazos, haber pasado más tiempo con ellas y haberles dicho todo lo que las queríamos.
De todas formas, no solo es importante trabajar los vínculos con los demás de manera diaria, sino que también es esencial hacerlo con nosotros mismos. Mente y cuerpo se unen con nuestras emociones y,  a través de ellas, nos unimos con los demás. He ahí la importancia de no descuidar este aspecto tan esencial para la vida.
No esperemos a que la vida nos separe para amar, sonreír y abrazar a nuestros seres queridos cada día.

Te necesito...para amarte












Te necesito...para amarte





Mi amor, aunque a mi corazón le embargue la pena por esta lejanía nuestra, no me hagas mucho caso si mis letras de hoy te parecen más melancólicas: Sólo es la pena que siento por la distancia que separa nuestros cuerpos, no nuestro corazón.


Muchas veces me despierto pensando en el día que pueda decirte todo lo que tengo en mi ser, muchas cosas han quedado ahogándose en mi garganta a fin de no entristecer tu vida; pero un día como hoy sí quiero decirte lo mucho que te extraño, que los días se me hacen más largos de lo normal… pero eso es porque cada día me haces más falta, te necesito más, me gustaría recostarme en tus brazos, y decirte todas estas cosas que guardo para mí, y que sólo tú debes oír.
Pero a la soledad le digo que no, que no me puede vencer, pues este amor es fuerte, verdadero y hermoso, siempre me da bellas palabras para ti, para que nunca te falten mis cartas. A ti que eres dueña de mis letras y mi corazón, no puedo negarte una carta llena de amor porque te mereces eso y mucho más.






Hoy me daba cuenta que llegarán lluvias, y en alguna ocasión se verá lluvia y sol entremezclarse, porque estamos en cambios de estaciones, cambios de la luna y sol… ¿Te das cuenta mi amada, que todo va cambiando, que todo se mueve? Así es nuestro amor que no sabe de cambios, sólo acepta las estaciones como algo normal. No estés triste, pues nuestro amor está por encima de todo eso, qué importa amor mío, si todos se van… pues siempre quedas tú, y qué importa que no haya más lugares a donde ir… si tú sigues a mi lado. Lo importante, es que siempre, en todo momento, pese a la distancia, nos tenemos el uno al otro.




Te amo
y te extraño tanto…

Saber que lees mis cartas es lo único que hace que mi soledad no sea más cruel de lo que ya es. Pero llegará el día en el que ya no haya necesidad de hacerlo así, porque nos podremos abrazar y entregar todo el amor que por tanto tiempo ha estado retenido.
Estás en mí, como yo vivo en ti, y así es de bello este amor: desde que te conozco vives dentro de mí. En mi corazón hiciste tu morada, y es allí donde siempre te busco cuando te extraño tanto como lo hago hoy…
Te amo tanto y te extraño…
Desde mi rincón para ti,



viernes, 20 de noviembre de 2015

Me gustan los amigos que respetan tiempo, silencio y espacio










Me gustan los amigos que respetan tiempo, silencio y espacio


Mis mejores amigos apenas llegan a contarse con los dedos de una mano. Son pocos, pero son grandes, con sentimientos sinceros y sin dobles sentidos. Es una amistad cómplice, altruista, que no sabe de chantajes, que se ofrece con libertad para alentar, para hacer mi vida más rica…
¿Y tú, cuántos amigos tienes?

Hay quien se enorgullece de tener todo un ejército de amistades, nombres que coleccionar en las redes sociales, personas a las que apenas conocen, y que sin embargo, son esas que siempre les ofrecen un “like” en cada una de sus publicaciones.

Los buenos amigos no son sólo nombres y fotografías en las agendas de nuestros móviles. Son personas que atienden nuestras palabras y saben leer en nuestros gestos.

Son vidas que encajan con nuestras esquinas vacías, voces que llenan nuestros espacios en los malos y buenos momentos, son risas que relativizan problemas y personas con las que construir nuestros días.

Ahora bien… ¿cómo podríamos definir a los buenos amigos? No pienses en favores. La amistad no debe basarse solo en un “tú me das y yo te doy”. En ocasiones, más allá del apoyo, de la diversión o de la ayuda mutua, una buena amistad, una GRAN amistad, se basa también en el silencio, el espacio, y el tiempo.





Reflexionemos hoy sobre ello.


El lenguaje de los silencios

Seguro que te ha pasado alguna vez. Estar en una reunión con otras personas, y sentir verdadera incomodidad cuando aparece el silencio en el grupo.
Es entonces cuando surgen esos comentarios vacíos y huecos con los que aliviar el vacío de palabras, ahí donde se examinan los rostros sin saber muy bien qué hacer.



Es algo que no ocurre solo con desconocidos. Hay veces que sentimos esa misma incomodidad con algunos familiares o con compañeros de trabajo. Ahora bien… ¿a qué se debe?
En efecto: la desconfianza, a la vez que la inquietud. Es como si el silencio abriera las puertas a esos pensamientos callados que nos producen miedo… ¿me estará juzgando?, ¿qué estará pensando ahora de mi?
Con los buenos amigo esto no ocurre. Podríamos decir también, y a modo de reflexión, que las personas practicamos muy poco el valor del silencio.
Ahí donde las almas reposan tranquilas, donde la complicidad adquiere su auténtico sentido. Somos personas que no necesitamos de las palabras para estar unidas, para sentirnos bien. Los silencios son cómodos con las personas que queremos porque nos permitimos ser nosotros mismos con toda nuestra “autenticidad”, sin ser juzgados.






El silencio une corazones y relaja nuestras mentes

La inexistencia del tiempo…

“¿Pero qué es de tu vida…?, ¡parece que ya te has olvidado de todo el mundo, siempre vas a la tuya y no te acuerdas de los demás!“
Puede que alguna de tus amistades sea de este tipo. Has dejado pasar un día “de incomunicación” sin razón alguna, simplemente porque te apetecía o porque no te ves en la obligación de tener que estar en contacto a cada instante. Y al poco, aparecen los reproches.
Así es, hay quien no entiende este tipo de cosas. Hay quien piensa que la amistad es como un telediario “donde ponerse al día”, donde comunicar cada pocas horas qué hacemos, qué pensamos, o  “cómo existimos”.





Mundos

En el momento en que aparece la presión de la obligatoriedad, ya nos sentimos un poco asediados. Porque quien no respeta tiempos de privacidad e incluso de desconexión, es que no entiende el auténtico valor de la amistad.
Hay personas que por las razones que sean, laborales o personales, han estado distanciadas durante meses e incluso años, sin embargo, al reunirse de nuevo sigue existiendo esa mágica complicidad que tanto enciende nuestros corazones. Es como si el tiempo no hubiese pasado porque el sentimiento es el mismo.






¿Te ha ocurrido alguna vez?

Espacios propios, espacios comunes

Podríamos decir que el problema básico es que mucha gente no gestiona de modo adecuado la soledad, sus emociones, ni respeta los espacios personales.
Todos tenemos o hemos tenido, esas amistades que necesitaban estar en contacto a cada instante para compartir un pensamiento, un temor, una ansiedad… Y en efecto, nosotros lo dejábamos todo para atenderlos.
Poco a poco íbamos comprendiendo que esa persona disponía de una escasa habilidad para gestionar sus propios problemas, hasta el punto de proyectar en los demás sus miedos y su negatividad.
Y sin lugar a dudas, lo daremos todo por ellos, pero con un límite: que respeten nuestros espacios personales, nuestra identidad y nuestro equilibrio emocional.
Al fin y al cabo, las personas no tenemos por qué cargar con las piedras que otros se encuentran en sus propios caminos, de hacerlo, de unirlas a las nuestras propias, no será muy complicado avanzar en nuestros senderos vitales.
Las verdaderas amistades no deben ofrecer cargas ni ser tóxicas. Deben armonizar en nuestra vida como compañeros de viaje, como confidentes que saben respetar espacios, tiempo y silencios. Los buenos amigos siempre viven en el lado más auténtico de nuestro corazón.







jueves, 19 de noviembre de 2015

EL ARTE DE AMAR CAPÍTULO VI








EL ARTE DE AMAR CAPÍTULO VI. 


LA PRÁCTICA DEL AMOR

Habiendo examinado ya el aspecto teórico del arte de amar, nos enfrentamos ahora con un problema mucho más difícil, el de la práctica del arte de amar. ¿Puede aprenderse algo acerca de la práctica de un arte, excepto practicándolo?

La dificultad del problema se ve aumentada por el hecho de que la mayoría de la gente de hoy en día, y, por lo tanto, muchos de los lectores de este libro, esperan recibir recetas del tipo "cómo debe usted hacerlo", y eso significa, en nuestro caso, que se les enseñe a amar. Mucho me temo que quien comience este último capítulo con tales esperanzas resultará sumamente decepcionado. Amar es una experiencia personal que sólo podemos tener por y para nosotros mismos; en realidad, prácticamente no existe nadie que no haya tenido esa experiencia, por lo menos en una forma rudimentaria, cuando niño, adolescente o adulto. Lo que un examen de la práctica del amor puede hacer es considerar las premisas del arte de amar, los enfoques, por así decirlo, de la cuestión, y la práctica de esas premisas y esos enfoques. Los pasos hacia la meta sólo puede darlos uno mismo, y el examen concluye antes de que se dé el paso decisivo. Sin embargo, creo que el examen de los enfoques puede resultar útil para el dominio del arte -por lo menos para quienes han dejado de esperar "recetas"-.







La práctica de cualquier arte tiene ciertos requisitos generales, independientes por completo de que el arte en cuestión sea la carpintería, la medicina o el arte de amar. En primer lugar, la práctica de un arte requiere disciplina. Nunca haré nada bien si no lo hago de una manera disciplinada; cualquier cosa que haga sólo porque estoy en el "estado de ánimo apropiado", puede constituir un "hobby" agradable o entretenido, mas nunca llegaré a ser un maestro en ese arte. Pero el problema no consiste únicamente en la disciplina relativa a la práctica de un arte particular (digamos practicar todos los días durante cierto número de horas), sino en la disciplina en toda la vida. Podía pensarse que para el hombre moderno nada es más fácil de aprender que la disciplina. ¿Acaso no pasa ocho horas diarias de manera sumamente disciplinada en un trabajo donde impera una estricta rutina? Lo cierto, en cambio, es que el hombre moderno es excesivamente indisciplinado fuera de la esfera del trabajo. Cuando no trabaja, quiere estar ocioso, haraganear, o, para usar una palabra más agradable, "relajarse". Ese deseo de ociosidad constituye, en gran parte, una reacción contra la rutinización de la vida. Precisamente porque el hombre está obligado durante ocho horas diarias a gastar su energía con fines ajenos, en formas que no le son propias, sino prescritas por el ritmo del trabajo, se rebela, y su rebeldía toma la forma de una complacencia infantil para consigo mismo. Además, en la batalla contra el autoritarismo, ha llegado a desconfiar de toda disciplina, tanto de la impuesta por la autoridad irracional como de la disciplina racional autoimpuesta. Sin esa disciplina, empero, la vida se torna caótica y carece de concentración.

El que la concentración es condición indispensable para el dominio de un arte no necesita demostración. Harto bien lo sabe todo aquel que alguna vez haya intentado aprender un arte. No obstante, en nuestra cultura, la concentración es aún más rara que la autodisciplina. Por el contrario, nuestra cultura lleva a una forma de vida difusa y desconcentrada, que casi no registra paralelos. Se hacen muchas cosas a la vez: se lee, se escucha la radio, se habla, se fuma, se come, se bebe. Somos consumidores con la boca siempre abierta, ansiosos y dispuestos a tragarlo todo: películas, bebidas, conocimiento. Esa falta de concentración se manifiesta claramente en nuestra dificultad para estar a solas con nosotros mismos. Quedarse sentado, sin hablar, fumar, leer o beber, es imposible para la mayoría de la gente. Se ponen nerviosos e inquietos y deben hacer algo con la boca o con las manos. (Fumar es uno de los síntomas de la falta de concentración: ocupa la mano, la boca, los ojos y la nariz.)

Un tercer factor es la paciencia. Repetimos que quien haya tratado alguna vez de dominar un arte sabe que la paciencia es necesaria para lograr cualquier cosa. Si aspiramos a obtener resultados rápidos, nunca aprendemos un arte. Para el hombre moderno, sin embargo, es tan difícil practicar la paciencia como la disciplina y la concentración. Todo nuestro sistema industrial alienta precisamente lo contrario: la rapidez. Todas nuestras máquinas están diseñadas para lograr rapidez: el coche y el aeroplano nos llevan rápidamente a destino -y cuanto más rápido mejor-. La máquina que puede producir la misma cantidad en la mitad del tiempo es muy superior a la más antigua y lenta. Naturalmente, hay para ello importantes razones económicas. Pero, al igual que en tantos otros aspectos, los valores humanos están determinados por los valores económicos. Lo que es bueno para las máquinas debe serlo para el hombre -así dice la lógica-. El hombre moderno piensa que pierde algo -tiempo- cuando no actúa con rapidez; sin embargo, no sabe qué hacer con el tiempo que gana -salvo matarlo.

Eventualmente, otra condición para aprender cualquier arte es una preocupación suprema por el dominio del arte. Si el arte no es algo de suprema importancia, el aprendiz jamás lo dominará. Seguirá siendo, en el mejor de los casos, un buen aficionado, pero nunca un maestro. Esta condición es tan necesaria para el arte de amar como para cualquier otro. Parece, sin embargo, que la proporción de aficionados en el arte de amar es notablemente mayor que en las otras artes.

Un último punto debe señalarse con respecto a las condiciones generales para aprender un arte. No se empieza por aprender el arte directamente, sino en forma indirecta, por así decirlo. Debe aprenderse un gran número de otras cosas que suelen no tener aparentemente ninguna relación con él, antes de comenzar con el arte mismo. Un aprendiz de carpintería comienza aprendiendo a cepillar la madera; un aprendiz del arte de tocar el piano comienza por practicar escalas; un aprendiz del arte Zen de la ballestería empieza haciendo ejercicios respiratorios (Para un cuadro de la concentración, la disciplina, la paciencia y la preocupación necesarias para el aprendizaje de un arte, recomiendo al lector Zen the Art of Archery, de E. Herrigel, Nueva York, Pantheon Books, Inc., 1953.). Si se aspira a ser un maestro en cualquier arte, toda la vida debe estar dedicada a él o, por lo menos, relacionada con él. La propia persona se convierte en instrumento en la práctica del arte, y debe mantenerse en buenas condiciones, según las funciones específicas que deba realizar. En lo que respecta al arte de amar, ello significa que quien aspire a convertirse en un maestro debe comenzar por practicar la disciplina, la concentración y la paciencia a través de todas las fases de su vida.







¿Cómo se practica la disciplina? Nuestros abuelos estarían en mejores condiciones para contestar esa pregunta. Recomendaban levantarse temprano, no entregarse a lujos innecesarios y trabajar mucho. Este tipo de disciplina tenía evidentes defectos. Era rígida y autoritaria, centrada alrededor de las virtudes de la frugalidad y el ahorro, y, de muchos modos, hostil a la vida. Pero, en la reacción a tal tipo de disciplina, hubo una creciente tendencia a sospechar de cualquier disciplina, y a hacer de la indisciplina y la perezosa complacencia en el resto de la propia existencia la contraparte que equilibraba la forma rutinizada de vida impuesta durante ocho horas de trabajo. Levantarse a una hora regular, dedicar un tiempo regular durante el día a actividades tales como meditar, leer, escuchar música, caminar; no permitirnos, por lo menos dentro de ciertos límites, actividades escapistas, como novelas policiales y películas, no comer ni beber demasiado, son normas evidentes y rudimentarias. Sin embargo, es esencial que la disciplina no se practique como una regla impuesta desde afuera, sino que se convierta en una expresión de la propia voluntad; que se sienta como algo agradable, y que uno se acostumbre lentamente a un tipo de conducta que puede llegar a extrañar si deja de practicarla. Uno de los aspectos lamentables de nuestro concepto occidental de la disciplina (como de toda virtud) es que se supone que su práctica debe ser algo penosa y sólo si es penosa es "buena". El Oriente ha reconocido hace mucho que lo que es bueno para el hombre -para su cuerpo y para su alma-también debe ser agradable, aunque al comienzo haya que superar algunas resistencias.

La concentración es, con mucho, más difícil de practicar en nuestra cultura, en la que todo parece estar en contra de la capacidad de concentrarse. El paso más importante para llegar a concentrarse es aprender a estar solo con uno mismo sin leer, escuchar la radio, fumar o beber. Sin duda, ser capaz de concentrarse significa poder estar solo con uno mismo -y esa habilidad es precisamente una condición para la capacidad de amar-. Si estoy ligado a otra persona porque no puedo pararme sobre mis propios pies, ella puede ser algo así como un salvavidas, pero no hay amor en tal relación. Paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar. Quien trate de estar solo consigo mismo descubrirá cuán difícil es. Comenzará a sentirse molesto, inquieto, e incluso considerablemente angustiado. Se inclinará a racionalizar su deseo de no seguir adelante con esa práctica, pensando que no tiene ningún valor, que es tonta, que lleva demasiado tiempo, y así en adelante. Observará asimismo que llegan a su mente toda clase de pensamientos que lo dominan. Se encontrará pensando acerca de sus planes para el resto del día, o sobre alguna dificultad en el trabajo que debe realizar, o sobre lo que hará esa noche, o sobre cualquier cosa que le ocupe la mente, antes que permitir que ésta se vacíe. Sería útil practicar unos pocos ejercicios simples, como, por ejemplo, sentarse en una posición relajada (ni totalmente flojo ni rígido), cerrar los ojos y tratar de ver una pantalla blanca frente a los ojos, tratando de alejar todas las imágenes y los pensamientos que interfieran; luego intentar seguir la propia respiración; no pensar en ella, ni forzarla, sino seguirla -y, al hacerlo, percibirla-; tratar además de lograr una sensación de "yo"; yo = "mí mismo", como centro de mis poderes, como creador de mi mundo. Habría que realizar tal ejercicio de concentración por lo menos todas las mañanas durante veinte minutos (y, si es posible, más tiempo) y todas las noches antes de acostarse2.( Si bien existe abundante cantidad de teoría y práctica sobre ese tema en las culturas orientales, especialmente en la India, también se han hecho en los últimos años intentos similares en Occidente. El más importante, en mi opinión, es la escuela de Gindler, cuyo fin es la percepción del propio cuerpo. Para la comprensión del método de Gindler, véase el trabajo de Charlotte Selver, en sus cursos y conferencias en la New School de Nueva York.)

Además de esos ejercicios, hay que aprender a concentrarse en todo lo que uno hace, sea escuchar música, leer un libro, hablar con una persona, contemplar un paisaje. En ese momento, la actividad debe ser lo único que cuenta, aquello a lo que uno se entrega por completo. Si uno está concentrado, poco importa qué está haciendo; las cosas importantes, tanto como las insignificantes, toman una nueva dimensión de la realidad, porque están llenas de la propia atención. Aprender a concentrarse requiere evitar, en la medida de lo posible, las conversaciones triviales, esto es, la conversación que no es genuina. Si dos personas hablan acerca del crecimiento de un árbol que ambas conocen, del gusto del pan que acaban de comer juntas, o de una experiencia común en el trabajo, tal conversación puede ser pertinente, siempre y cuando experimenten lo que hablan y no se refieran a ese tema de una manera abstracta; por otro lado, una conversación puede referirse a cuestiones religiosas o políticas y ser, no obstante, trivial; ello ocurre cuando las dos personas hablan en clisés, cuando no sienten lo que dicen. Debo agregar aquí que, así como importa evitar la conversación trivial, importa también evitar las malas compañías. Por malas compañías no entiendo sólo la gente viciosa y destructiva, cuya órbita es venenosa y deprimente. Me refiero también a la compañía de zombies, de seres cuya alma está muerta, aunque su cuerpo siga vivo; a individuos cuyos pensamientos y conversación son triviales; que parlotean en lugar de hablar, y que afirman opiniones que son clisés en lugar de pensar. Pero no siempre es posible evitar tales compañías, ni tampoco es necesario. Si uno no reacciona en la forma esperada -es decir, con clisés y trivialidades- sino directa y humanamente, descubrirá con frecuencia que esa gente modifica su conducta, muchas veces con la ayuda de la sorpresa producida por el choque de lo inesperado.

Concentrarse en la relación con otros significa fundamentalmente poder escuchar. La mayoría de la gente oye a los demás, y aun da consejos, sin escuchar realmente. No toman en serio las palabras de la otra persona, y tampoco les importan demasiado sus propias respuestas. Resultado de ello: la conversación los cansa. Encuéntranse bajo la ilusión de que se sentirían aún más cansados si escucharan con concentración. Pero lo cierto es lo contrario. Cualquier actividad, realizada en forma concentrada, tiene un efecto estimulante (aunque luego aparezca un cansancio natural y benéfico); cualquier actividad no concentrada, en cambio, causa somnolencia, y al mismo tiempo hace difícil conciliar el sueño al final del día.







Estar concentrado significa vivir plenamente en el presente, en el aquí y el ahora, y no pensar en la tarea siguiente mientras estoy realizando otra. Es innecesario decir que la concentración debe ser sobre todo practicada por personas que se aman mutuamente. Deben aprender a estar el uno cerca del otro, sin escapar de las múltiples formas acostumbradas. El comienzo de la práctica de la concentración es difícil; se tiene la impresión de que jamás se logrará la finalidad buscada. Ello implica, evidentemente, la necesidad de tener paciencia. Si uno no sabe que todo tiene su momento, y quiere forzar las cosas, entonces es indudable que nunca logrará concentrarse -tampoco en el arte de amar-. Para tener una idea de lo que es la paciencia, basta con observar a un niño que aprende a caminar. Se cae, vuelve a caer, una y otra vez, y sin embargo sigue ensayando, mejorando, hasta que un día camina sin caerse. ¡Qué no podría lograr la persona adulta si tuviera la paciencia del niño y su concentración en los fines que son importantes para él!

Es imposible aprender a concentrarse sin hacerse sensible a uno mismo. ¿Qué significa eso? ¿Que hay que pensar continuamente en uno mismo, "analizarse", o qué? Si habláramos de ser sensible a una máquina, no habría dificultad para explicar lo que eso significa. Cualquiera que, por ejemplo, maneja un auto, es sensible a él. Advierte hasta un pequeño ruido inusual, o un insignificante cambio de la aceleración del motor. De la misma forma, el conductor es sensible a las irregularidades en la superficie del camino, a los movimientos de los coches que van detrás y delante de él. Sin embargo, no piensa en todos esos factores; su mente se encuentra en estado de serenidad vigilante, abierta a todos los cambios relacionados con la situación en la que está concentrado: manejar el coche sin peligro.

Si consideramos la situación de ser sensible a otro ser humano, encontramos el ejemplo más obvio en la sensibilidad y correspondencia de una madre para con su hijo. Ella nota ciertos cambios corporales, exigencias y angustias, antes de que el niño los manifieste abiertamente. Se despierta porque su hijo llora, si bien otro sonido más fuerte no hubiera interrumpido su sueño. Todo eso significa que es sensible a las manifestaciones de la vida del niño; no está ansiosa ni preocupada, sino en un estado de equilibrio alerta, receptivo de cualquier comunicación significativa proveniente del niño. Similarmente, cabe ser sensible con respecto a uno mismo. Tener conciencia, por ejemplo, de una sensación de cansancio o depresión, y en lugar de entregarse a ella y aumentarla por medio de pensamientos deprimentes que siempre están a mano, preguntarse "¿qué ocurre?" "¿Por qué estoy deprimido?" Lo mismo sucede al observar que uno está irritado o enojado, o con tendencia a los ensueños u otras actividades escapistas. En cada uno de esos casos, lo que importa es tener conciencia de ellos y no racionalizarlos en las mil formas en que es factible hacerlo; además estar atentos a nuestra voz interior, que nos dice -por lo general inmediatamente- por qué estamos angustiados, deprimidos, irritados.

La persona media es sensible a sus procesos corporales; advierte los cambios y los más insignificantes dolores; ese tipo de sensibilidad corporal es relativamente fácil de experimentar, porque la mayoría de las personas tienen una imagen de lo que es sentirse bien. Una sensibilidad semejante para con los procesos mentales es más difícil, porque muchísima gente no ha conocido nunca a alguien que funcione óptimamente. Toman el funcionamiento psíquico de sus padres y parientes, o del grupo social en el que han nacido, como norma, y, mientras no difieren de ésta, se sienten normales y no tienen interés en observar nada. Hay mucha gente, por ejemplo, que jamás ha conocido a una persona amante, o a una persona con integridad, valor o concentración. Es notorio que, para ser sensible con respecto a uno mismo, hay que tener una imagen del funcionamiento humano completo y sano. Pero, ¿cómo es posible adquirir experiencia si no se la ha tenido en la propia infancia o en la vida adulta? Por cierto que no existe ninguna respuesta sencilla a tal pregunta; pero ésta señala un factor muy crítico de nuestro sistema educativo.

Si bien impartimos conocimiento, estamos descuidando la enseñanza más importante para el desarrollo humano: la que sólo puede impartirse por la simple presencia de una persona madura y amante. En épocas anteriores de nuestra cultura, o en la China y la India, el hombre más valorado era el que poseía cualidades espirituales sobresalientes. Ni siquiera el maestro era única, o primariamente, una fuente de información, sino que su función consistía en transmitir ciertas actitudes humanas. En la sociedad capitalista contemporánea -así como en el comunismo ruso- los hombres propuestos para la admiración y la emulación son cualquier cosa menos arquetipos de cualidades espirituales significativas. Los que el público admira esencialmente son los que dan al hombre corriente una sensación de satisfacción substitutiva. Estrellas cinematográficas, animadores radiales, periodistas, importantes figuras del comercio o el gobierno, tales son los modelos de emulación. A menudo su principal calificación para esa función es que han logrado aparecer en letras de molde. Sin embargo, la situación no parece totalmente irremediable. Si se contempla el hecho de que un hombre como Albert Schweitzer se haya hecho famoso en los Estados Unidos, si se tienen en cuenta las múltiples posibilidades de familiarizar a nuestra juventud con personalidades históricas y contemporáneas que demuestran lo que los seres humanos pueden lograr como tales, y no como anfitriones (en el sentido más amplio de la palabra), si se piensa en las grandes obras de la literatura y el arte de todas las épocas, parece que existe la posibilidad de crear una visión de un buen funcionamiento humano, y por lo tanto una sensibilidad al mal funcionamiento. Si no lográramos mantener viva una visión de la vida madura, entonces indudablemente nos veríamos frente a la probabilidad de que nuestra tradición cultural se derrumbe. Esa tradición no se basa fundamentalmente en la transmisión de cierto tipo de conocimiento, sino en la de ciertas clases de rasgos humanos. Si la generación siguiente deja de ver esos rasgos, se derrumbará una cultura de cinco mil años, aunque su conocimiento se transmita y se siga desarrollando.

Hasta aquí me he referido a las condiciones para la práctica de cualquier arte. Examinaré ahora las cualidades de particular importancia para la capacidad de amar. De acuerdo con lo dicho sobre la naturaleza del amor, la condición fundamental para el logro del amor es la superación del propio narcisismo. En la orientación narcisista se experimenta como real sólo lo que existe en nuestro interior, mientras que los fenómenos del mundo exterior carecen de realidad de por sí y se experimentan sólo desde el punto de vista de su utilidad o peligro para uno mismo. El polo opuesto del narcisismo es la objetividad; es la capacidad de ver a la gente y las cosas tal como son, objetivamente, y poder separar esa imagen objetiva de la imagen formada por los propios deseos y temores. En todas las formas de psicosis hay una incapacidad extrema para ser objetivo. Para el insano, la única realidad que existe es la que está dentro de él, la de sus temores y deseos. Ve el mundo exterior como símbolos de su mundo interior, como su creación. Y todos procedemos de idéntica manera cuando soñamos. En el sueño producimos hechos, ponemos dramas en escena, que constituyen la expresión de nuestros anhelos y temores (aunque algunas veces también de nuestras intuiciones y juicios), y, mientras dormimos, estamos convencidos de que el producto de nuestros sueños es tan real como la realidad que percibimos en el estado de vigilia.






El insano o el soñador carecen completamente de una visión objetiva del mundo exterior; pero todos nosotros somos más o menos insanos, o estamos más o menos dormidos; todos nosotros tenemos una visión no objetiva del mundo, que está deformada por nuestra orientación narcisista. ¿Es necesario dar ejemplos? Cualquiera puede encontrarlos fácilmente observándose a sí mismo, a sus vecinos y leyendo los diarios; varían únicamente en el grado de deformación narcisista de la realidad. Una mujer, por ejemplo, llama al médico, diciendo que quiere visitarlo en su consultorio esa tarde. El médico responde que no tiene tiempo ese día, pero que puede atenderla al día siguiente. La respuesta de la mujer es: "Pero, doctor, vivo sólo a cinco minutos de su consultorio." No puede entender la explicación del médico de que a él no le ahorra tiempo que la distancia sea tan corta. Ella experimenta la situación narcisísticamente: puesto que ella ahorra tiempo, él ahorra tiempo; para ella, la única realidad es ella misma.

Menos extremas -tal vez menos evidentes- son las deformaciones tan comunes en las relaciones interpersonales. ¿Cuántos padres experimentan las reacciones del hijo en función de la obediencia, de que los complazca, les haga hacer un buen papel, y así siguiendo, en lugar de percibir o interesarse por lo que el niño siente para y por sí mismo? ¿Cuántos esposos ven a sus mujeres como dominadoras porque su propia relación con sus madres les hace interpretar cualquier demanda como una limitación de su libertad? ¿Cuántas esposas piensan que sus maridos son ineficaces o estúpidos porque no responden a la fantasía del espléndido caballero que construyeron en su infancia?

En lo que a las naciones extranjeras atañe, la falta de objetividad es más que notoria. De un día para el otro, una nación pasa a ser considerada totalmente depravada y perversa, al tiempo que la propia nación representa todo lo que es bueno y noble. Toda acción del enemigo se juzga según una norma, y toda acción propia según otra. Hasta las buenas obras. realizadas por el enemigo se consideran signos de una perversidad particular con las que se propone engañar a nuestro país y al mundo, en tanto que nuestras malas acciones son necesarias y encuentran justificación en las nobles finalidades que sirven. Es indudable que si examinamos la relación entre las naciones, tanto como entre los individuos, llegamos a la conclusión de que la objetividad es la excepción, y lo corriente una deformación narcisista en mayor o menor grado.

La facultad de pensar objetivamente es la razón; la actitud emocional que corresponde a la razón es la humildad. Ser objetivo, utilizar la propia razón, sólo es posible si se ha alcanzado una actitud de humildad, si se ha emergido de los sueños de omnisciencia y omnipotencia de la infancia.

En los términos de este análisis de la práctica del arte de amar, ello significa: puesto que el amor depende de la ausencia relativa del narcisismo, requiere el desarrollo de humildad, objetividad y razón. Toda la vida debe estar dedicada a esa finalidad. La humildad y la objetividad son indivisibles, tal como lo es el amor. No puedo ser verdaderamente objetivo con respecto a mi familia si no puedo serlo con un extraño, y viceversa. Si quiero aprender el arte de amar, debo esforzarme por ser objetivo en todas las situaciones y hacerme sensible a la situación frente a la que no soy objetivo. Debo tratar de ver la diferencia entre mi imagen de una persona y de su conducta, tal como resulta de la deformación narcisista, y la realidad de esa persona tal como existe independientemente de mis intereses, necesidades y temores. La adquisición de la capacidad de ser objetivo y de la razón, representa la mitad del camino hacia el dominio del arte de amar, pero debe abarcar a todos los que están en contacto conmigo. Si alguien quisiera reservar su objetividad para la persona amada, y cree que no necesita de ella en su relación con el resto del mundo, pronto descubrirá que fracasa en ambos sentidos.

La capacidad de amar depende de la propia capacidad para superar el narcisismo y la fijación incestuosa a la madre y al clan; depende de nuestra capacidad de crecer, de desarrollar una orientación productiva en nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos. Tal proceso de emergencia, de nacimiento, de despertar, necesita de una cualidad como condición necesaria: fe. La práctica del arte de amar requiere la práctica de la fe.

¿Qué es la fe? ¿Es la fe necesariamente una cuestión de creencia en Dios, o en doctrinas religiosas? ¿Está inevitablemente en contraste u oposición con la razón y el pensamiento racional? Aun para empezar a comprender el problema de la fe es necesario diferenciar la fe racional de la irracional. Al hablar de fe irracional me refiero a la creencia (en una persona o una idea) que se basa en la sumisión a una autoridad irracional. Por el contrario, la fe racional es una convicción arraigada en la propia experiencia mental o afectiva. La fe racional no es primariamente una creencia en algo, sino la cualidad de certeza y firmeza que poseen nuestras convicciones. La fe es un rasgo caracterológico que penetra toda la personalidad, y no una creencia específica.

La fe racional arraiga en la actividad productiva intelectual y emocional. Constituye un importante componente del pensar racional, en el que se supone que la fe no tiene lugar. ¿Cómo llega un científico, por ejemplo, a un nuevo descubrimiento? ¿Comienza haciendo experimento tras experimento, reuniendo los hechos uno después del otro, sin una visión de lo que espera encontrar? Es excepcional que, un descubrimiento realmente importante se haya hecho de esa manera en cualquier terreno. Ni tampoco ocurre que la gente arribe a conclusiones significativas cuando se limita a perseguir una fantasía. El proceso del pensamiento creador en cualquier campo del esfuerzo humano suele comenzar con lo que podríamos llamar una "visión racional", que constituye a su vez el resultado de considerables estudios previos, pensamiento reflexivo y observación. Cuando un científico logra reunir suficientes datos, o elaborar una fórmula matemática que hace altamente plausible su visión original, puede decirse que ha llegado a una hipótesis de ensayo. Un cuidadoso análisis de la hipótesis, con el fin de discernir sus consecuencias, y la recopilación de datos que la apoyan, llevan a una hipótesis más adecuada y, quizás, eventualmente, a su inclusión en una teoría de amplio alcance.







La historia de la ciencia está llena de ejemplos de fe en la razón y en las visiones de la verdad. Copérnico, Kepler, Galileo y Newton estaban imbuidos de una inconmovible fe en la razón. Por ella Bruno murió quemado en la hoguera y Spinoza sufrió la excomunión. A cada paso, desde la concepción de una visión racional hasta la formulación de una teoría, es necesaria la fe; fe en la visión de una finalidad racionalmente válida que alcanzar, fe en la hipótesis como una proposición probable y plausible, y fe en la teoría final, al menos hasta que se llegue a un consenso general acerca de su validez. Esa fe está arraigada en la propia experiencia, en la confianza en el propio poder de pensamiento, observación y juicio. Al tiempo que la fe irracional es la aceptación de algo como verdadero sólo porque así lo afirma una autoridad o la mayoría, la fe racional tiene sus raíces en una convicción independiente basada en el propio pensamiento y observación productivos, a pesar de la opinión de la mayoría.

El pensamiento y el juicio no constituyen el único dominio de la experiencia en el que se manifiesta la fe racional. En la esfera de las relaciones humanas, la fe es una cualidad indispensable de cualquier amistad o amor significativos. "Tener fe" en otra persona significa estar seguro de la confianza e inmutabilidad de sus actitudes fundamentales, de la esencia de su personalidad, de su amor. No me refiero aquí a que una persona no pueda modificar sus opiniones, sino a que sus motivaciones básicas son siempre las mismas; que, por ejemplo, su respeto por la vida y la dignidad humanas sea parte de ella, no algo tornadizo.

En igual sentido, tenemos fe en nosotros mismos. Tenemos conciencia de la existencia de un yo, de un núcleo de nuestra personalidad que es inmutable y que persiste a través de nuestra vida, no obstante las circunstancias cambiantes y con independencia de ciertas modificaciones de nuestros sentimientos y opiniones. Ese núcleo constituye la realidad que sustenta a la palabra "yo", la realidad en la que se basa nuestra convicción de nuestra propia identidad. A menos que tengamos fe en la persistencia de nuestro yo, nuestro sentimiento de identidad se verá amenazado y nos haremos dependientes de otra gente, cuya aprobación se convierte entonces en la base de nuestro sentimiento de identidad. Sólo la persona que tiene fe en sí misma puede ser fiel a los demás, pues sólo ella puede estar segura de que será en el futuro igual a lo que es hoy y, por lo tanto, de que sentirá y actuará como ahora espera hacerlo. La fe en uno mismo es una condición de nuestra capacidad de prometer, y puesto que, como dice Nietzsche, el hombre puede definirse por su capacidad de prometer, la fe es una de las condiciones de la existencia humana. Lo que importa en relación con el amor es la fe en el propio amor; en su capacidad de producir amor en los demás, y en su confianza.

Otro aspecto de la fe en otra persona refiérese a la fe que tenemos en las potencialidades de los otros. La forma más rudimentaria en que se manifiesta es la fe que tiene la madre en su hijo recién nacido: en que vivirá, crecerá, caminará y hablará. Sin embargo, el desarrollo del niño en ese sentido se produce con tal regularidad que parecería que no es necesaria la fe para estar seguro de él. Algo distinto ocurre con las potencialidades que pueden no desarrollarse: las de amar, ser feliz, utilizar la razón, y otras más específicas, el talento artístico, por ejemplo. Son las semillas que crecen y se manifiestan si se dan las condiciones apropiadas para su desarrollo, y que pueden ahogarse cuando éstas faltan.

De tales condiciones, una de las más importantes es que la persona de mayor influencia en la vida del niño tenga fe en esas potencialidades. La presencia de dicha fe es lo que determina la diferencia entre educación y manipulación. Educación significa ayudar al niño a realizar sus potencialidades.(La raíz de la palabra educación es e-ducere, literalmente, conducir desde, o extraer algo que existía potencialmente.) Lo contrario de la educación es la manipulación, que se basa en la ausencia de fe, en el desarrollo de las potencialidades y en la convicción de que un niño será como corresponde sólo si los adultos le inculcan lo que es deseable y suprimen lo que parece indeseable. No hay necesidad de tener fe en el robot, puesto que tampoco hay vida en él.







La fe en los demás culmina en la fe en la humanidad. En el mundo occidental, esa fe se expresa en términos religiosos en la religión judeo-cristiana, y en lenguaje secular tiene su expresión más poderosa en las ideas políticas y sociales humanísticas de los últimos ciento cincuenta años. Al igual que la fe en el niño, se basa en la idea de que las potencialidades del hombre son tales que, dadas las condiciones apropiadas, podrá construir un orden social gobernado por los principios de igualdad, justicia y amor. El hombre no ha logrado aún construir ese orden, y, por lo tanto, la convicción de que puede hacerlo necesita fe. Pero como toda fe racional, tampoco ésa es una mera expresión de deseos, sino que se basa en la evidencia de los logros del pasado de la raza humana y en la experiencia interior de cada individuo en su propia experiencia de la razón y el amor.

Mientras que la fe irracional arraiga en la sumisión a un poder que se considera avasalladoramente poderoso, omnisapiente y omnipotente, y en la abdicación del poder y la fuerza propios, la fe racional se basa en la experiencia opuesta. Tenemos fe en una idea porque es el resultado de nuestras propias observaciones y nuestro pensamiento. Tenemos fe en las potencialidades de los demás, en las nuestras y en las de la humanidad, porque, y sólo en esa medida, hemos experimentado el desarrollo de nuestras propias potencialidades, la realidad del crecimiento en nosotros mismos, la fuerza de nuestro propio poder y del amor. La base de la fe racional es la productividad; vivir de acuerdo con nuestra fe, significa vivir productivamente. Se deduce de ello que la creencia en el poder (en el sentido de dominación) y en el uso del poder constituye el reverso de la fe. Creer en el poder que existe es lo mismo que creer en el desarrollo de las potencialidades aún no realizadas. Es una predicción del futuro basada únicamente en el presente manifiesto; pero resulta ser un grave error de cálculo, profundamente irracional en su descuido de las potencialidades y el crecimiento humanos. No hay una fe racional en el poder. Hay una sumisión a él o, por parte de quienes lo tienen, el deseo de conservarlo. Si bien para muchos el poder es la más real de todas las cosas, la historia del hombre ha demostrado que es el más inestable de todos los logros humanos. Debido a que la fe y el poder se excluyen mutuamente, todos los sistemas religiosos y políticos que se construyeron originariamente sobre una fe racional, se corrompieron y, eventualmente, pierden la fuerza que pueda quedarles, si sólo confían en el poder o se alían a él.

Tener fe requiere coraje, la capacidad de correr un riesgo, la disposición a aceptar incluso el dolor y la desilusión. Quien insiste en la seguridad y la tranquilidad como condiciones primarias de la vida no puede tener fe; quien se encierra en un sistema de defensa, donde la distancia y la posesión constituyen los medios que dan seguridad, se convierte en un prisionero. Ser amado, y amar, requiere coraje, la valentía de atribuir a ciertos valores fundamental importancia -y de dar el salto y apostar todo a esos valores-.

Ese coraje es muy distinto de la valentía a la que se refirió el famoso fanfarrón Mussolini cuando utilizó el lema "vivir peligrosamente". Su tipo de coraje es el coraje del nihilismo. Está arraigado en una actitud destructiva hacia la vida, en la voluntad de arriesgar la vida porque uno es incapaz de amarla. El coraje de la desesperación es lo contrario del coraje del amor, tal como la fe en el poder es lo opuesto de la. fe en la vida.

¿Hay algo que deba practicarse en relación con la fe y el valor? Indudablemente, la fe puede practicarse a cada momento. Requiere fe criar a un niño; se necesita fe para dormirse, para comenzar cualquier tarea. Pero todos estamos acostumbrados a tener ese tipo de fe. Quien no la posee, sufre enorme angustia por su hijo, por su insomnio, o por su incapacidad para realizar cualquier trabajo productivo; o es suspicaz, se abstiene de acercarse a nadie, o es hipocondríaco o incapaz de hacer planes a largo plazo. Mantener la propia opinión sobre una persona, aunque la opinión pública o algunos hechos imprevistos parezcan invalidarla, mantener las propias convicciones aunque éstas no sean populares: todo eso requiere fe y coraje. Tomar las dificultades, los reveses y penas de la vida como un desafío cuya superación nos hace más fuertes, y no como un injusto castigo que no tendríamos que recibir nosotros, requiere fe y coraje.






La práctica de la fe y el valor comienza con los pequeños detalles de la vida diaria. El primer paso consiste en observar cuándo y dónde se pierde la fe, analizar las racionalizaciones que se usan para soslayar esa pérdida de fe, reconocer cuándo se actúa cobardemente y cómo se lo racionaliza. Reconocer cómo cada traición a la fe nos debilita, y cómo la mayor debilidad nos lleva a una nueva traición, y así en adelante, en un círculo vicioso. Entonces reconoceremos también que mientras tememos conscientemente no ser amados, el temor real, aunque habitualmente inconsciente, es el de amar. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. El amor es un acto de fe, y quien tenga poca fe también tiene poco amor. ¿Es posible decir algo más acerca de la práctica de la fe? Quizás otro podría hacerlo; si yo fuera poeta o predicador, podría intentarlo. Pero puesto que no soy ni lo uno ni lo otro, no puedo ni siquiera intentar decir algo más sobre la práctica de la fe, pero estoy seguro de que cualquiera realmente interesado puede aprender a tener fe como un niño aprende a caminar.

Una actitud, indispensable para la práctica del arte de amar, que hasta ahora sólo hemos mencionado de modo implícito, debe examinarse explícitamente ahora, pues es funda mental: la actividad. He dicho antes que actividad no significa "hacer algo", sino una actividad interior, el uso productivo de los propios poderes. El amor es una actividad; si amo, estoy en un constante estado de preocupación activa por la persona amada, pero no sólo por ella. Porque seré incapaz de relacionarme activamente con la persona amada si soy perezoso, si no estoy en un constante estado de conciencia, alerta y actividad. El dormir es la única situación apropiada para la inactividad; en el estado de vigilia no debe haber lugar para ella. La situación paradójica de multitud de individuos hoy en día es que están semidormidos durante el día, y semidespiertos cuando duermen o cuando quieren dormir. Estar plenamente despierto es la condición para no aburrirnos o aburrir a los demás -y sin duda no estar o no ser aburrido es una de las condiciones fundamentales para amar-. Ser activo en el pensamiento, en el sentimiento, con los ojos y los oídos, durante todo el día, evitar la pereza interior, sea que ésta signifique mantenerse receptivo, acumular o meramente perder el tiempo, es condición indispensable para la práctica del arte de amar. Es una ilusión creer que se puede dividir la vida en forma tal que uno sea productivo en la esfera del amor e improductivo en las demás. La productividad no permite una tal división del trabajo. La capacidad de amar exige un estado de intensidad, de estar despierto, de acrecentada vitalidad, que sólo puede ser el resultado de una orientación productiva y activa en muchas otras esferas de la vida. Si no se es productivo en otros aspectos, tampoco se es productivo en el amor.

El examen del arte de amar no puede limitarse al dominio personal de la adquisición y desarrollo de las características y aptitudes que hemos descrito en este capítulo. Está inseparablemente relacionado con el dominio social. Si amar significa tener una actitud de amor hacia todos, si el amor es un rasgo caracterológico, necesariamente debe existir no sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios, la profesión. No hay una "división del trabajo" entre el amor a los nuestros y el amor a los ajenos. Por el contrario, la condición para la existencia del primero es la existencia del segundo. Comprender esto seriamente sin duda implica un cambio bastante drástico con respecto a las relaciones sociales acostumbradas. Si bien se habla mucho del ideal religioso del amor al prójimo, nuestras relaciones están de hecho determinadas, en el mejor de los casos, por el principio de equidad. Equidad significa no engañar ni hacer trampas en el intercambio de artículos y servicios, o en el intercambio de sentimientos. "Te doy tanto como tú me das", así en los bienes materiales como en el amor, es la máxima ética predominante en la sociedad capitalista. Hasta podría decirse que el desarrollo de una ética de la equidad es la contribución ética particular de la sociedad capitalista.

Las razones de tal situación radican en la naturaleza misma de la sociedad capitalista. En las sociedades precapitalistas, el intercambio de mercaderías estaba determinado por la fuerza directa, por la tradición, o por lazos personales de amor o amistad. En el capitalismo, el factor que todo lo determina en el intercambio es el mercado. Se trate del mercado de productos, del laboral o del de servicios, cada persona trueca lo que tiene para vender por lo que quiere conseguir en las condiciones del mercado, sin recurrir a la fuerza o al fraude.






La ética de la equidad se presta a confusiones con la ética de la Regla Dorada. La máxima "haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti" puede interpretarse como "sé equitativo en tu intercambio con los demás". Pero, en realidad, se formuló originalmente como una versión popular del "Ama a tu prójimo como a ti mismo" bíblico. Por cierto, la norma judeocristiana de amor fraternal es totalmente diferente de la ética de la equidad. Significa amar al prójimo, es decir, sentirse responsable por él y uno con él, mientras que la ética equitativa significa no sentirse responsable y unido, sino distante y separado; significa respetar los derechos del prójimo, pero no amarlo. No es un accidente el que la Regla Dorada se haya convertido en la más popular de las máximas religiosas actuales; obedece ello a que es susceptible de interpretarse en términos de una ética equitativa que todos comprenden y están dispuestos a practicar. Pero la práctica del amor debe comenzar por reconocer la diferencia entre equidad y amor.

Aquí, sin embargo, surge un importante problema. Si toda nuestra organización social y económica está basada en el hecho de que cada uno trate de conseguir ventajas para sí mismo, si está regida por el principio del egotismo atemperado sólo por el principio ético de equidad, ¿cómo es posible hacer negocios, actuar dentro de la estructura de la sociedad existente y, al mismo tiempo, practicar el amor? ¿No implica lo segundo renunciar a todas las preocupaciones seculares y compartir la vida de los más pobres? Los monjes cristianos y personas tales como Tolstoy, Albert Schweitzer y Simone Weil han planteado y resuelto ese problema en forma radical. Otros (Cf. el artículo de Herbert Marcuse, "The Social Implications of Psychoanalytic Revisionism", Dissent, Nueva York, verano de 1956.) comparten la opinión de que en nuestra sociedad existe una incompatibilidad básica entre el amor y la vida secular normal. Llegan a la conclusión de que hablar de amor en el presente sólo significa participar en el fraude general; sostienen que sólo un mártir o un loco puede amar en el mundo actual, y, por lo tanto, que todo examen del amor no es otra cosa que una prédica. Este respetable punto de vista se presta fácilmente a una racionalización del cinismo. En realidad, es implícitamente compartido por la persona corriente que siente: "me gustaría ser un buen cristiano, pero tendría que morirme de hambre si lo tomara en serio". Este radicalismo resulta un nihilismo moral. Tanto los "pensadores radicales" como la persona corriente son autómatas carentes de amor, y la única diferencia entre ellos consiste en que la segunda no tiene conciencia de serlo, mientras que los primeros conocen y reconocen la "necesidad histórica" de ese hecho.

Tengo la convicción de que la respuesta a la absoluta incompatibilidad del amor y la vida "normal" sólo es correcta en un sentido abstracto. El principio sobre el que se basa la sociedad capitalista y el principio del amor son incompatibles. Pero la sociedad moderna en su aspecto concreto es un fenómeno complejo. El vendedor de un artículo inútil, por ejemplo, no puede operar económicamente sin mentir; un obrero especializado, un químico o un médico pueden hacerlo. De manera similar, un granjero, un obrero, un maestro y muchos tipos de hombres de negocios pueden tratar de practicar el amor sin dejar de funcionar económicamente. Aun si aceptamos que el principio del capitalismo es incompatible con el principio del amor, debemos admitir que el "capitalismo" es, en si mismo, una estructura compleja y continuamente cambiante, que incluso permite una buena medida de disconformidad y libertad personal.






Con esa afirmación, sin embargo, no deseo significar que podemos esperar que el sistema social actual continúe indefinidamente, y, al mismo tiempo, confiar en la realización del ideal de amor hacia nuestros hermanos. La gente capaz de amar, en el sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea. No tanto porque las múltiples ocupaciones no permiten una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que sólo el no conformista puede defenderse de ella con éxito. Los que se preocupan seriamente por el amor como única respuesta racional al problema de la existencia humana deben, entonces, llegar a la conclusión de que para que el amor se convierta en un fenómeno social y no en una excepción individualista y marginal, nuestra estructura social necesita cambios importantes y radicales. Dentro de los límites de este libro, sólo podemos sugerir la dirección de tales cambios. (En mi libro Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, procuré examinar detalladamente ese problema.) Nuestra sociedad está regida por una burocracia administrativa, por políticos profesionales; los individuos son motivados por sugestiones colectivas; su finalidad es producir más y consumir más, como objetivos en sí mismos. Todas las actividades están subordinadas a metas económicas, los medios se han convertido en fines; el hombre es un autómata -bien alimentado, bien vestido, pero sin interés fundamental alguno en lo que constituye su cualidad y función peculiarmente humana-.

Si el hombre quiere ser capaz de amar, debe colocarse en su lugar supremo. La máquina económica debe servirlo, en lugar de ser él quien esté a su servicio. Debe capacitarse para compartir la experiencia, el trabajo, en vez de compartir, en el mejor de los casos, sus beneficios. La sociedad debe organizarse en tal forma que la naturaleza social y amorosa del hombre no esté separada de su existencia social, sino que se una a ella. Si es verdad, como he tratado de demostrar, que el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la existencia humana, entonces toda sociedad que excluya, relativamente, el desarrollo del amor, a la larga perece a causa de su propia contradicción con las necesidades básicas de la naturaleza del hombre. Hablar del amor no es "predicar", por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no sólo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre.




Publi