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jueves, 26 de noviembre de 2015

No tenéis ni idea










No tenéis ni idea… porque descansáis muy bien bajo cálidas sábanas y un hogar climatizado, sabiendo que vuestro trabajo os espera al día siguiente.
No tenéis ni idea de dormir con incertidumbre. La duda de si mañana suena el teléfono, o llega un email con esa oferta, o un conocido te avisa de un empleo.
No tenéis ni idea de pasar el día con el estómago vacío, ponerte cinco pares de guantes o cruzar los pies uno sobre otro muy rápido para evitar el frío.
Vosotros, que disfrutáis de amplios menús a la carta, no tenéis ni idea de abrir una despensa y que esté casi vacía. Que tengáis que repetir comida o, peor aún, ir a pedirla.  Ni idea de cómo hablar con el banco para que te elimine sus cláusulas abusivas. De preocuparse porque te corten la luz o el agua. De pensar qué te llevarías de casa si al final te desahucian. O de inventar falsas aventuras ante tus hijos para aparentar otra realidad, o excusas flojas a tus padres para que no sospechen tu ruina.
No tenéis ni idea de luchar con la angustia de si atenderán a tu madre o hijo en el hospital sin que el recorte de turno les afecte. De afrontar enfermedades con fármacos excluidos que sólo vosotros podéis pagar. No tenéis ni idea de no poder caer enfermo porque no puedes permitírtelo. Ni de retrasar controles de salud ante una racha de trabajo (aunque no dé ni para el autónomo) porque sabes que no es tiempo ni de cuidarse. O de sentir en la nuca la mirada reprobatoria de un jefe, en cuyos ojos adivinas que ante tu mínimo descuido tiene a millones detrás para tu puesto.



No tenéis ni idea de ver la indiferencia en el rostro del otro, ni de sentirse un número en la cola del paro. De pellizcarte ante el espejo para asumir que es cierto lo que estás viviendo. De pensar en el incierto futuro o en la vejez, sabiendo que no has cotizado lo suficiente. O de cavilar si, de seguir así, te llegará el dinero para pagar tus muertos, de si tendrás tumba o unas flores que te honren.
No tenéis ni idea de cuando el cuerpo se queda engarrotado porque pasas horas y horas de trabajo sin descanso, sin complementarlas con vuestras sesiones de spa y masajes inalcanzables para el resto. Ni idea de dejar de estudiar, ni de anular becas, ni estancias en centros de renombre. De cruzar los dedos por si la suerte y la supuesta igualdad de oportunidades hacen un milagro en tus esperanzas.
No tenéis ni idea de anular sueños y viajes. De ver en los escaparates lienzos y botes de pinturas que te encantaría utilizar salvo que te lo niegas, porque en ese gasto ves el pan de una semana. Ni de cuando destierras esa cultura que alimenta. Esa película. Ese libro. Esa obra de teatro.
Tampoco tenéis idea del valor de nuestro cielo, mar y montaña; nuestro único refugio para el desconsuelo. Quizás por eso sólo veis en ellos un espacio de especulación y dinero.
No tenéis ni idea de aceptar cuando te hacen trabajar gratis. De que te pisoteen, de vivir con la soga al cuello y al borde del precipicio. De hacer sumas y restas para cuadrar las cuentas. De bajar la cabeza cuando tus amigos te invitan porque tú no puedes. De saber cómo el amor salta por la ventana cuando llega la pobreza. Ni de la impotencia de no dar a tu madre lo que necesite cuando lucha y proporcionarle dignidad en la enfermedad. De estar en paro y que la muerte pise los talones. De enterrar a tus muertos mientras tu vida carece de motivaciones e ilusiones, sin poder ya desahogarte con ellos de tus angustias y preocupaciones.



No tenéis ni idea de lo que es dormir con la sensación de no estar a la altura de lo que esperaban de ti. De pensar si los tuyos han dejado de sentirse orgullosos, porque ya no eres lo de antes. Ni idea de que el corazón te trote cuando ves que te pagan por tu trabajo. Ni de la rabia que sientes justo después, cuando te ves llorando porque te pagan, porque la norma y el derecho lo convertís en excepcional.
Si ni siquiera tenéis idea de esto es imposible que sintáis dolor o remordimientos por quienes mueren en el mar, escapan de las bombas o trabajan explotados sin dignidad. De los que viajan en pateras frente a vuestros coches y aviones privados y de quienes duermen al frío, rodeados de basura y maleza, a pies de fronteras cerradas. De quienes pagan el precio a morir por sobrevivir.
Cuando digo que no tenéis ni idea, es que no tenéis ni idea de SENTIR, porque no lo padecéis. No tenéis idea de qué es sentir la humillación, el desaire, la ofensa o la vergüenza, el desprecio y el bochorno, la altivez y la arrogancia, la altanería y la soberbia. No lo sabéis. De la misma manera que yo desconozco cómo vivir con vuestro grado de codicia, ambición, rapacidad y usura.
Lo dedico a los gobernantes de falsas promesas, a los ricos con su avaricia sin final y a quienes los aplauden. A esos que creen que su maldad y pecados se solucionan en misa de domingo y en obras de caridad. Aquellos que sí sabéis planificar vuestro plan a la perfección para que nada falle. Aunque eso implique que la mitad de la gente pierda su conciencia y otros os la vendan sin carga ni remordimientos. De lo único que tenéis idea es de destruir la vida de la gente para mejorar la vuestra. Está demostrado, con vuestros hechos, que de eso sí sabéis más que nadie.
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