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miércoles, 13 de julio de 2016

El mejor cómplice del maltratador es el silencio





El mejor cómplice del maltratador siempre será el silencio. Es ahí donde encuentra su mejor refugio, donde quedan cobijadas todas las agresiones humillantes y cada uno de los golpes que después, se disimulan con maquillaje y con un “te prometo que es la última vez”.

Ahora bien, la mente de un maltratador es reincidente y sus promesas se convierten en humo cuando intuye un nuevo “desaire”, cuando se le lleva la contraria o cuando tiene necesidad de validar su poder. Porque el maltratador sufre inseguridad crónica y trata de encontrar su fortaleza en los valores más machistas. 

El maltratador siempre buscará tu perdón, pero no dudará en mantener el mismo abuso, el mismo acoso. La única forma de escapar a este círculo de poder es arrebatándole su mejor cómplice: el silencio.
Decía Virgina Woolf en sus diarios que pocas cosas podían ser tan peligrosas como una casa, como un hogar. Desde el momento en que se cierran las puertas, las ventanas y las cortinas, nadie puede intuir lo que allí acontece: los dramas, las agresiones y ese dolor que queda impregnado en paredes y corazones, en las almohadas cargadas de lágrimas por todas esas mentes heridas.

El silencio es y será siempre el mejor refugio para el que agrede, para el que vulnera. Es necesario romperlo y poner dar voz a todas las víctimas.






Los aliados del maltratador
Hablemos de un hecho que está de plena actualidad. Las fiestas de San Fermín de este año en Pamplona, España, han puesto en evidencia una dura realidad que siempre había ocurrido: las agresiones sexuales. A lo largo de su historia esta festividad ha escondido un hecho en ocasiones silenciado y no siempre denunciado por parte de las víctimas: el acoso, los tocamientos y las violaciones.





En el 2008, una joven enfermera fue agredida hasta fallecer. Este año, en seis días de San Fermín celebrados hasta el momento, ya son cuatro las violaciones denunciadas.
El mundo parece “abrir los ojos” ante estos hechos gracias a todas las campañas de concienciación, a la presión de los medios y a las redes sociales.



El silencio ya no protege a los agresores ni tienen en el miedo a ese aliado donde muchos suelen quedar impunes. La violencia escondida, ya sea en un portal al agredir a una mujer o en el hogar común de una pareja, es la más común en nuestra sociedad. Tanto es así, que según un estudio llevado a cabo en Naciones Unidas, se estima que el 35% de las mujeres de todo el mundo han sido maltratadas y que casi el 70% ha sufrido una agresión alguna vez. Son datos sobre los que reflexionar.

La responsabilidad común de romper el silencio
El maltratador puede tener estudios y una excelente posición social. Puede estar desempleado, ser joven, de edad avanzada y, por supuesto, también puede ser mujer. Los patrones sociológicos no suelen servir demasiado a los expertos para identificarlos, y más, si tenemos en cuenta un aspecto esencial: el maltratador está muy bien considerado socialmente, de hecho, para los demás suele ser ” buena gente”.

Ahora bien, el problema llega cuando, tal y como señalaba Virginia Wolf, se cierran las puertas de una casa y nadie o casi nadie sabe lo que allí acontece. Porque quien usa la violencia solo la expresa con aquellos con los que se tiene una vinculación afectiva muy íntima: la pareja, los hijos…

El maltratador usa la agresión como forma de poder. Es incapaz de concebir a la pareja como una persona con derechos o necesidades que merecen ser respetados porque es “un objeto propio”, parte de uno mismo. De ahí, que ante cualquier intento de independencia, son ellos los que se sienten agredidos porque se vulnera su masculinidad, su estatus de poder.

La pareja opta entonces por ceder, por callar y caer en esa relación subordinada donde el maltrato psicológico y en ocasiones, hasta el físico, van creando huellas y heridas que no siempre se ven a simple vista. Dar el paso hasta la denuncia para salir de ese silencio no es fácil, porque lo creamos o no, la víctima, no siempre se siente comprendida.




  • En muchos casos, debe hacer frente a ese círculo más cercano donde familiares y amigos no acaban de creerse los maltratos y esas agresiones que a pesar de no dejar marcas, le están quitando la vida.
  • Los Servicios Sociales y los centros de atención a las víctimas, por su parte, saben que muchas personas temen formalizar la denuncia  por miedo a “posibles represalias” por parte del agresor.
Son sin duda situaciones muy delicadas donde el temor a romper el silencio, sigue siendo el mejor cómplice del agresor. Su mejor refugio y su escudo de poder.
Es responsabilidad de todos cambiar conciencias y sacar a las víctimas de esos espacios privados de tortura y humillación. Porque ninguna víctima debe sentirse sola, porque todos tenemos un espacio en el puzzle de nuestras sociedades desde donde poder denunciar, poner voz y ser receptivos ante cualquier conducta sospechosa en la que una mujer, un hombre o un niño, puedan estar sufriendo algún tipo de maltrato.

Seamos valientes, rompamos el silencio.

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